martes, 23 de agosto de 2011

Prólogo

La gente del pueblo señalaba a la joven gritándole "bruja", "endemoniada" y cosas por el estilo. Era de estatura un poco alta, sobre un metro y sesenta y cinco centímetros, pelo largo y azulado y ojos color ámbar.
La gente de este pueblo, incluidos sus padres, temían a la gente que nacía con poderes como los de dicha joven.
Resignada a ser aniquilada, cerró los ojos mientras contenía sus lágrimas y pensó en aquel amigo que tuvo de niña. El policía se acercaba a ella con paso firme, pero con miedo. Al estar a poco menos de un metro de distancia, una ráfaga de viento abrasador empujó al guardia tres metros hacia atrás. Abrió los ojos vio al policía con la cara roja al igual que las manos y, de lo que más se impresionó, poco a poco, un muchacho de pelo grisáceo por los hombros se posó frente a ella.
-Shango... - Dijo la muchacha con voz temblorosa- -Me dijeron que habías muerto.
-Vaya recibimiento más acogedor, Winsha- Dijo mientras se giraba hacia ella-. Me enteré de que te iban a matar y vine a rescatarte- con una sonrisa en dibujada en su rostro, clavó sus ojos morados en los de Winsha.
-Bueno, ya tengo asumido que debo morir por mi poder- Dijo Winsha con voz apagada.
-Ajá, ¿y solo por eso crees que debes morir? Je... No me hagas reir.
Winsha miró a Shango, con la cara iluminada y los ojos con brillo esperanzador.
-Puede que nuestro poder esté prohibido en todo el mundo, pero eso no significa que debamos morir- Shango le extendió la mano a Winsha-. Vamos, te llevaré a un lugar donde te aceptarán tal y como eres.
-¡Espera!- gritó una mujer- Mi hija... esa chica es mi hija... ¡debe morir ahora mismo, es un peligro!
El rostro de Winsha mostraba tristeza, amargura y dolor... mucho dolor.
-No hagas caso de lo que te digan- Shango la cogió en brazos-. Vamos, tu verdadero hogar te espera.
Shango empezó a elevarse poco a poco mientras los aldeanos les tiraban piedras y les gritaban.
Winsha se acurrucó un poco en los brazos de Shango mientras temblaba ya que estaba algo asustada y confusa.
-No te harán daño, no temas- Dijo Shango, con voz dulce para calmarla.
Shango se volvió, miró a los aldeanos y sonrió cínicamente.
Los aldeanos se quedaron pálidos  y boquiabiertos al ver que, el cielo tan despejado que había, se teñía poco a poco de un gris plomizo y tormentoso.
-Gracias por haber cuidado a la hija de Aestus durante todos estos años, María; ahora está bajo mi responsabilidad- Shango se empezó a desvanecer.
Un huracán comenzó a arrollar las casas del pueblo.
Los aldeanos empezaron a correr para lograr salvarse.
Al acabar de desvanecerse, el huracán cesó de golpe, las nubes se iban poco a poco, dejando ver el cielo azul.